Sí, dispárame cuántas palabras quieras. Total, yo puedo esquivar, por ejemplo, el vuelo de los murciélagos, esos ratones con alas cuyo nombre usa todas las vocales, aunque sin seguir el orden alfabético.
Personalmente,
prefiero poner las palabras en fila y enfrentarme a ellas sabiendo, como en
aquella canción para niños pequeños, que “ahí viene la A y luego la B, después la C, la D, la E, la F, la G...”
Me
entristece que la H
sea muda, letra de hipopótamos gordos, golosos y grises, estacionados en
la “ge” más que en la “hache” de su inicial. Pero también
podríamos decir que los hipopótamos son honestos herbívoros
hambrientos que honran a sus amigos con hondos sentimientos
casi humanos y un humor huracanado que levanta carcajadas
por los aires en remolinos hiperbólicos (es decir, exagerados).
Debo
señalar que este juego se pone mucho más divertido cuando nos “armamos” con un diccionario
(el “mataburros” le decía mi abuelo), para poder escoger siempre nuevas
palabras y disparárselas al adversario, sorprendiendo a nuestros contendientes
y agigantando nuestro vocabulario.
Entonces,
¿comenzamos?
¡
Preparados...listos...ya !
—Mis
ángeles te baten sus alas en tu propia cara, amigo ampliamente
alocado, ¡azúcar!
—Busco
brillantes bates de béisbol que borren tu sonrisa burlona
de búho bobo. Bla, bla, bla. ¡Bah!
—Caramelos
de cereza combaten completamente tu codicia cosechada al
calor de la cocina de tu casa caraqueña y no te estoy
contando cuentos. Esta es mi cruzada, pues de crucigramas soy
el caballero. Deja la cobardía que casualmente me
cansa y dispárame si puedes. ¡Cambio y fuera,
carrizo!
—Diablitos
durmiendo se despiertan de su dura pesadilla y me dicen que
te dispare en este difícil duelo docenas de palabras
por la letra “de”, sacadas directamente del diccionario donde me
divierto sin dudarlo.
—Emprendo
con especial eficiencia la evasión a tus disparos de
palabras enredadas, en busca del éxito en este juego
excelente que me encanta.
—Famoso
que soy en esta competencia, felizmente me defiendo de tus
furiosos ataques de palabras feas.
—Gratamente
y gratis, además, te recuerdo que no hay palabras feas,
grandísimo gafo. Gáname si puedes, con tus gélidas municiones. Este
galardón me pertenece, gato gruñón y grosero, grrrr.
—Hoy
no me voy a dejar ganar por ti, hermano de tus hermanos e
hijo de tus padres. Por eso te lanzo mi hacha henchida y mi
heroico halcón revolotea por sobre tu cabeza hueca, pues yo
soy el hechicero que domina este juego. Escucha el rugido de la
hélice de mi helicóptero y ponte a temblar ya que hierve mi
sangre por las ganas de ganar. Huye si quieres en tu hidroavión antes
de quemarte en la hoguera de los perdedores. Prepárate para cantar mi
himno y no el tuyo, pues llegó tu hora de honrarme.
—Ignorante,
la idea de vencerme no es nueva. Intentas ganarme desde hace
tanto tiempo que tus esfuerzos ya son inútiles. El idioma es mi
campo de batalla y aquí soy invencible, inesperado, imbatible.
Así que retírate ahora que estás a tiempo, ya que tu victoria es impensable,
improbable, imposible. Ante mí, compañero, pareces una iguana que se
quiere igualar conmigo. Ilumínate y tira la toalla. Te invito
a demostrarme la inteligencia que tienes y no quiero ser impertinente
ni irrespetuoso. Ya sé que eres impetuoso, pero no
insistas, insensato. Este juego de palabras es mi imperio inmortal
e inmenso.
—Ja,
ja, ja. Suenas igual que un jabalí jacarandoso y jocoso que
tiene miedo a perderlo todo ante mí. Jabones te regalo para que te laves
las manos después de levantarte del suelo. Jamás podrás superarme en
este juego al que yo juego desde que era más joven. Jubilosamente
celebraré mi triunfo y con jovialidad aceptaré tus disculpas y juntos
festejaremos mi campeonato con jolgorio justiciero. ¿Eres jugador,
juguete o juguetero? Decídete de una vez, juglar de las
letras. Júzgate tú mismo. ¿Juegas o no juegas?
—Yo
soy el karateca del lenguaje y no te voy a conceder pero que ni un kilogramo
de ganancia.
—Loco
es lo que eres. Loco y locuaz legítimo de la lengua. Pero
tu labor no es suficiente para coronarte campeón de este juego. Tu lentitud
no te ayuda a escapar de mis lanzas luminosas. Además la luna
me observa y me alienta a competir y ganar. No quiero ver tus lágrimas
de lagarto formando una laguna ni escuchar tus lamentos de
loro lastimado. No quiero que mi victoria suene como un látigo
que se confunda con los latidos de tu corazón derrotado. Una lechuza
como tú que come lechuga no es, ni de lejos, un lector legendario.
Sin sacarte la lengua te digo que yo soy el león de estas líneas
y la luz de todas las lámparas. Soy la ley, letra por
letra. Y en este juego, las letras ganan.
—Llueven
tus ojos al escuchar mi nombre y ante cualquiera de mis llamadas. Si tú
eres la ley, yo soy la llave de la puerta y la llave de agua que llena
de letras la lluvia con su diluvio de vocales y consonantes. Y del
fuego, y del juego, yo soy la llama que enciende de lleno la
fogata en el bosque oscuro. Por favor, no llores.
—Magnánimo
amigo, no tienes madera para imponerte y lo sabes. Vuelve a tu madriguera
y madura. Búscate un hada madrina que te enseñe todas las
palabras. Las palabras merecen que sepamos su significado para poder
usarlas correctamente y con elegancia. Las palabras no se muerden, se
pronuncian y disparan, procurando dar en el blanco. Que en esta ocasión eres
tú. Madruga en tu empeño por ganarme y no te quejes como una magdalena.
Proponte ser misil capaz de vencerme. Actúa con maestría. Te lo
digo yo que soy un mago en este magno juego magnífico.
Deja de temblar como un majarete ante mi manantial de palabras. Me
tienes más miedo que al cocodrilo de enormes mandíbulas. Si
sigues así, vas a necesitar un médico que cure tu malestar. Ni
siquiera un mar de marmotas parecidas a ti podría ganarme a mí.
Merezco mucho mejor oponente. Enmudece tus murmullos. Recoge tus maletas
y mándate mudar. Mandamás de mi reino, aquí yo soy el monstruo
que más manda. Ni más ni menos.
—No,
no, no, nunca me vas a ganar este juego ni ninguno más. Me niego
a dejarme derrotar. Te disparo un número “ene” de negativas con
mi propia catapulta nuclear. Ven y cómete un níspero. Eres un náufrago
que navega sin salvavidas. Tu cabeza esta nublada por mi nombre.
Mi norte no es vencerte, sino competir y ganar, necio.
—Sueña,
ñe, ñi, ño, ñu, el Ñandú sabe más que tú, comeñame.
—Oso,
voy a osar decirte que las palabras son un oasis donde o
gano yo o pierdes tú. O lo uno o lo otro. Obedéceme
y declárame experto en este juego. No es obligatorio, pero esta es tu ocasión
de evitar el ataque de mi obús. En este océano de letras, con
tanto oleaje de palabras, yo soy el mejor surfista. Olas van y olas
vienen ociosas y a ti ya no se te ocurre nada, opino yo, oh.
¿O no?
—¿Pero
qué dices? Pastor de palabras soy yo. Perdido estás, perico
paupérrimo, protozoario perverso, paraulata. Provoca
pedirte perdón por mis palabras, pero mi paciencia no
llega a tanto. Yo soy el padrino de las letras y tu un jugador
aficionado de pacotilla a quien le gusta la pachanga. Pactemos
pacíficamente tu perdida. Hasta las páginas del diccionario
me aplauden cuando pasan delante de mis pupilas. Mi papel
es el del triunfador. Pía, pajarito y procura volar tu papagayo
en este paisaje paradisíaco o si prefieras vuela en parapente.
Te prometo no burlarme de tu metida de pata. Tú, pirata de
pata de palo. Públicamente, el pueblo en mi palacio me
aclama. Estás pálido, pero sigues buscando pelea. Anda a jugar al parque
y patea las piedras que encuentres en tu camino. Tus pasos
te llevarán hasta tu palafito. Qué pena la de los malos perdedores
y sus pesadas pesadillas sin palabras. Pídeme piedad y procuraré
perdonarte. Pobre de ti, Pinocho, Pulgarcito. En un principio
te lo dije: el príncipe soy yo, pues, propietario de esta presea
que es mi premio principal, pero no el primero.
—¿Que
qué? Yo soy el queso de las arepas. Que lo entiendas quiero
yo. ¿Qué sabes tú de diccionarios? Que te cuente yo la cantidad
de palabras que conozco y uso todos los días. Que te cuente yo
las letras que combino al leer, escribir y pensar. No quiero quebrantar
tus ganas de ganar, querubín. Que sea otro quien se quede
quieto en tu lugar. Que no te quejes quiero yo. Que no
te quemes en la derrota que vas a sufrir ante mí. Que no
te saquen de quicio mis disparos de palabras que son balas
verbales. Que tu química no se altere al perder este combate y
los otros quinientos que vamos a jugar. Que no te escudes
en tus quimeras. Entiende que yo soy el Quijote y tú, mi
Sancho Panza.
—Rabia
te da que te gane yo a ti, roedor. Rumiante sin rabo. Rabipelado
rotundo y rosado. Cómete ya tu ración de segundón. Aquí quien más
sabe es quien gana. Y ahora el que gana soy yo. No insistas en remar que
no llegas. Si pierdes sin rencor algo ganas. Aunque sea un raquítico
último lugar. Bien sabes que tengo razón. Te reto a ser realista.
Razona y retírate ya. Esta es la realidad: el propietario
del rebaño soy yo. El roble más alto y robusto también. No
te vayas a recalentar que hoy hace demasiado calor. Sonó el timbre del recreo
y mereces refrescarte con un juguito bien frío o hasta un helado de
chocolate, si quieres. Rectifica que yo recibo tus disculpas. No reinviertas
recursos en romper tu rutina de perder. Recuerda mis recias
palabras: redacta tu renuncia y regálate una retirada
con honor. Relájate, acepta que yo te supero en este renglón. La rueda
de la fortuna me favorece. Tampoco es que te van a perder el respeto. En
el juego de las letras, sigo siendo el rey.
— Sólo
te digo que saboreo el triunfo en mi boca. Santas palabras, señor.
¿Recuerdas aquel cuento? El rey está desnudo. Sí. Deja el sabotaje
y saca tu sable para subordinarnos al duelo final. Intenta
desviar mis saetas verbales dirigidas hacia ti. La saga de mis
triunfos va a perdurar. Sal de mi senda. La salida queda
justo allá. No te dé pena salir corriendo. Siento que pierdas
así, pero nuestra sesión de palabras ha sido sinceramente fuerte.
Sesenta veces jugamos y setenta veces te voy a superar.
Así somos los superhéroes. Nos separa una distancia sideral.
Sonríe en silencio. Ssssh.
—Escucha:
mejor te pones el termómetro que tienes fiebre de cuarenta
grados. Tantos tontos han creído poder vencerme en el juego de las
letras que me da tristeza ajena. Tres tristes tigres tragando sus
tres tristes trozos de trigo en un tris. Tras
atragantarse, tratan de pronunciar el trabalenguas y se
trancan tristemente los tres. Tigres de papel con rayas pintadas. Tal
cual tú. Trato de decirte, sin traiciones, que yo
mismo soy el tsunami que arrasa a tus soldaditos de plomo. Te
traduzco travieso: toma tu tropa de palabras y huye. Tamaña travesía
tal vez se te puede excusar. Telefonéame luego e infórmame
tu decisión o envíame un telegrama de apenas tres tristes
palabras que diga: “tiro la toalla”. Terminado.
—Uno sólo es el único ganador uniformado.
—¿Ves
lo que te digo? Vacúnate versus el vértigo de la victoria,
vigilando los volcanes.
—Palabras
que me divierten: Xilófono, yaguré, zipizape. Sobretodo cuando les pones
apellidos. ¿Xilófono Martínez? ¡Presente! ¿Yaguré López? ¡Aquí mismo! ¿Zipizape
Pérez? ¡Está en el baño!
—¿Sabes
qué? Nos saltamos la “Ch”. Siempre nos olvidamos de esta letra chueca.
—¿Chueca?
Sin la “che” no habría chocolate.
—Chamo,
ni churros azucarados.
—Chinos
mastican chupetas de chicharrón y chorizo, tomando
chicha y bailando cha-cha-chá como chivos chamuscados por
el calor tropical, mientras chocan en amena charla.
Y
que no se preocupe nadie, porque éste es un juego pacífico que dispara palabras
y no balas de cañón. Palabras que construyen mundos posibles donde
podemos jugar a que la guerra ya no existe ni siquiera en los diccionarios.
Buscas
en la letra “G”, octava letra del abecedario español y sexta de sus
consonantes y descubres, felizmente, que la palabra guerra se extinguió.
Sí, créeme que es verdad: la palabra uerra se borró; sí que sí: la
palabra erra desapareció, transformándose en ierra (ya va,
espérense un poco, denle alguito más de tiempo), en Tierra.
Tierra: nuestro redondo y gordo planeta en forma de pelota donde
nos sentimos tan a gusto jugando béisbol, fútbol, leyendo y disparándonos, sí,
pero puras palabras.
—Te
toca a ti, ¿qué te parece por la “P”?
—Pues
te acribillo de paz, ¿me oíste, pescado?
—¿Y
por la “zeta”?
—Te
digo “zuzón”, a ti que no te gusta la hierba, última palabra en la cola
del diccionario.
(JUEGO TERMINADO EN EL QUE SE UTILIZARON DIEZ MIL LETRAS
Y DOS MIL CIENTO CINCUENTA Y NUEVE PALABRAS: ¿QUIERES CONTARLAS?)