viernes, 5 de septiembre de 2014

MAR PICADO DE LETRAS PARA AMAR, PARA ARMAR, COMPARTIR, COMPETIR, DESARMAR, DIVERTIR, ETERNIZAR, IMAGINAR, NAVEGAR, RECREAR, REINICIAR, SONREÍR, TRASTABILLAR, VERBALIZAR, ZARANDEAR


Sí, dispárame cuántas palabras quieras. Total, yo puedo esquivar, por ejemplo, el vuelo de los murciélagos, esos ratones con alas cuyo nombre usa todas las vocales, aunque sin seguir el orden alfabético.

Personalmente, prefiero poner las palabras en fila y enfrentarme a ellas sabiendo, como en aquella canción para niños pequeños, que “ahí viene la A y luego la B, después la C, la D, la E, la F, la G...”

Me entristece que la H sea muda, letra de hipopótamos gordos, golosos y grises, estacionados en la “ge” más que en la “hache” de su inicial. Pero también podríamos decir que los hipopótamos son honestos herbívoros hambrientos que honran a sus amigos con hondos sentimientos casi humanos y un humor huracanado que levanta carcajadas por los aires en remolinos hiperbólicos (es decir, exagerados).

Debo señalar que este juego se pone mucho más divertido cuando nos “armamos” con un diccionario (el “mataburros” le decía mi abuelo), para poder escoger siempre nuevas palabras y disparárselas al adversario, sorprendiendo a nuestros contendientes y agigantando nuestro vocabulario.

Entonces, ¿comenzamos?

¡ Preparados...listos...ya !

—Mis ángeles te baten sus alas en tu propia cara, amigo ampliamente alocado, ¡azúcar!

Busco brillantes bates de béisbol que borren tu sonrisa burlona de búho bobo. Bla, bla, bla. ¡Bah!

Caramelos de cereza combaten completamente tu codicia cosechada al calor de la cocina de tu casa caraqueña y no te estoy contando cuentos. Esta es mi cruzada, pues de crucigramas soy el caballero. Deja la cobardía que casualmente me cansa y dispárame si puedes. ¡Cambio y fuera, carrizo!

Diablitos durmiendo se despiertan de su dura pesadilla y me dicen que te dispare en este difícil duelo docenas de palabras por la letra “de”, sacadas directamente del diccionario donde me divierto sin dudarlo.

Emprendo con especial eficiencia la evasión a tus disparos de palabras enredadas, en busca del éxito en este juego excelente que me encanta.

Famoso que soy en esta competencia, felizmente me defiendo de tus furiosos ataques de palabras feas.

Gratamente y gratis, además, te recuerdo que no hay palabras feas, grandísimo gafo. Gáname si puedes, con tus gélidas municiones. Este galardón me pertenece, gato gruñón y grosero, grrrr.

Hoy no me voy a dejar ganar por ti, hermano de tus hermanos e hijo de tus padres. Por eso te lanzo mi hacha henchida y mi heroico halcón revolotea por sobre tu cabeza hueca, pues yo soy el hechicero que domina este juego. Escucha el rugido de la hélice de mi helicóptero y ponte a temblar ya que hierve mi sangre por las ganas de ganar. Huye si quieres en tu hidroavión antes de quemarte en la hoguera de los perdedores. Prepárate para cantar mi himno y no el tuyo, pues llegó tu hora de honrarme.

Ignorante, la idea de vencerme no es nueva. Intentas ganarme desde hace tanto tiempo que tus esfuerzos ya son inútiles. El idioma es mi campo de batalla y aquí soy invencible, inesperado, imbatible. Así que retírate ahora que estás a tiempo, ya que tu victoria es impensable, improbable, imposible. Ante mí, compañero, pareces una iguana que se quiere igualar conmigo. Ilumínate y tira la toalla. Te invito a demostrarme la inteligencia que tienes y no quiero ser impertinente ni irrespetuoso. Ya sé que eres impetuoso, pero no insistas, insensato. Este juego de palabras es mi imperio inmortal e inmenso.

Ja, ja, ja. Suenas igual que un jabalí jacarandoso y jocoso que tiene miedo a perderlo todo ante mí. Jabones te regalo para que te laves las manos después de levantarte del suelo. Jamás podrás superarme en este juego al que yo juego desde que era más joven. Jubilosamente celebraré mi triunfo y con jovialidad aceptaré tus disculpas y juntos festejaremos mi campeonato con jolgorio justiciero. ¿Eres jugador, juguete o juguetero? Decídete de una vez, juglar de las letras. Júzgate tú mismo. ¿Juegas o no juegas?

—Yo soy el karateca del lenguaje y no te voy a conceder pero que ni un kilogramo de ganancia.

Loco es lo que eres. Loco y locuaz legítimo de la lengua. Pero tu labor no es suficiente para coronarte campeón de este juego. Tu lentitud no te ayuda a escapar de mis lanzas luminosas. Además la luna me observa y me alienta a competir y ganar. No quiero ver tus lágrimas de lagarto formando una laguna ni escuchar tus lamentos de loro lastimado. No quiero que mi victoria suene como un látigo que se confunda con los latidos de tu corazón derrotado. Una lechuza como tú que come lechuga no es, ni de lejos, un lector legendario. Sin sacarte la lengua te digo que yo soy el león de estas líneas y la luz de todas las lámparas. Soy la ley, letra por letra. Y en este juego, las letras ganan.

Llueven tus ojos al escuchar mi nombre y ante cualquiera de mis llamadas. Si tú eres la ley, yo soy la llave de la puerta y la llave de agua que llena de letras la lluvia con su diluvio de vocales y consonantes. Y del fuego, y del juego, yo soy la llama que enciende de lleno la fogata en el bosque oscuro. Por favor, no llores.

Magnánimo amigo, no tienes madera para imponerte y lo sabes. Vuelve a tu madriguera y madura. Búscate un hada madrina que te enseñe todas las palabras. Las palabras merecen que sepamos su significado para poder usarlas correctamente y con elegancia. Las palabras no se muerden, se pronuncian y disparan, procurando dar en el blanco. Que en esta ocasión eres tú. Madruga en tu empeño por ganarme y no te quejes como una magdalena. Proponte ser misil capaz de vencerme. Actúa con maestría. Te lo digo yo que soy un mago en este magno juego magnífico. Deja de temblar como un majarete ante mi manantial de palabras. Me tienes más miedo que al cocodrilo de enormes mandíbulas. Si sigues así, vas a necesitar un médico que cure tu malestar. Ni siquiera un mar de marmotas parecidas a ti podría ganarme a . Merezco mucho mejor oponente. Enmudece tus murmullos. Recoge tus maletas y mándate mudar. Mandamás de mi reino, aquí yo soy el monstruo que más manda. Ni más ni menos.

No, no, no, nunca me vas a ganar este juego ni ninguno más. Me niego a dejarme derrotar. Te disparo un número “ene” de negativas con mi propia catapulta nuclear. Ven y cómete un níspero. Eres un náufrago que navega sin salvavidas. Tu cabeza esta nublada por mi nombre. Mi norte no es vencerte, sino competir y ganar, necio.

—Sueña, ñe, ñi, ño, ñu, el Ñandú sabe más que tú, comeñame.

Oso, voy a osar decirte que las palabras son un oasis donde o gano yo o pierdes tú. O lo uno o lo otro. Obedéceme y declárame experto en este juego. No es obligatorio, pero esta es tu ocasión de evitar el ataque de mi obús. En este océano de letras, con tanto oleaje de palabras, yo soy el mejor surfista. Olas van y olas vienen ociosas y a ti ya no se te ocurre nada, opino yo, oh. ¿O no?

—¿Pero qué dices? Pastor de palabras soy yo. Perdido estás, perico paupérrimo, protozoario perverso, paraulata. Provoca pedirte perdón por mis palabras, pero mi paciencia no llega a tanto. Yo soy el padrino de las letras y tu un jugador aficionado de pacotilla a quien le gusta la pachanga. Pactemos pacíficamente tu perdida. Hasta las páginas del diccionario me aplauden cuando pasan delante de mis pupilas. Mi papel es el del triunfador. Pía, pajarito y procura volar tu papagayo en este paisaje paradisíaco o si prefieras vuela en parapente. Te prometo no burlarme de tu metida de pata. Tú, pirata de pata de palo. Públicamente, el pueblo en mi palacio me aclama. Estás pálido, pero sigues buscando pelea. Anda a jugar al parque y patea las piedras que encuentres en tu camino. Tus pasos te llevarán hasta tu palafito. Qué pena la de los malos perdedores y sus pesadas pesadillas sin palabras. Pídeme piedad y procuraré perdonarte. Pobre de ti, Pinocho, Pulgarcito. En un principio te lo dije: el príncipe soy yo, pues, propietario de esta presea que es mi premio principal, pero no el primero.

¿Que qué? Yo soy el queso de las arepas. Que lo entiendas quiero yo. ¿Qué sabes tú de diccionarios? Que te cuente yo la cantidad de palabras que conozco y uso todos los días. Que te cuente yo las letras que combino al leer, escribir y pensar. No quiero quebrantar tus ganas de ganar, querubín. Que sea otro quien se quede quieto en tu lugar. Que no te quejes quiero yo. Que no te quemes en la derrota que vas a sufrir ante mí. Que no te saquen de quicio mis disparos de palabras que son balas verbales. Que tu química no se altere al perder este combate y los otros quinientos que vamos a jugar. Que no te escudes en tus quimeras. Entiende que yo soy el Quijote y tú, mi Sancho Panza.

Rabia te da que te gane yo a ti, roedor. Rumiante sin rabo. Rabipelado rotundo y rosado. Cómete ya tu ración de segundón. Aquí quien más sabe es quien gana. Y ahora el que gana soy yo. No insistas en remar que no llegas. Si pierdes sin rencor algo ganas. Aunque sea un raquítico último lugar. Bien sabes que tengo razón. Te reto a ser realista. Razona y retírate ya. Esta es la realidad: el propietario del rebaño soy yo. El roble más alto y robusto también. No te vayas a recalentar que hoy hace demasiado calor. Sonó el timbre del recreo y mereces refrescarte con un juguito bien frío o hasta un helado de chocolate, si quieres. Rectifica que yo recibo tus disculpas. No reinviertas recursos en romper tu rutina de perder. Recuerda mis recias palabras: redacta tu renuncia y regálate una retirada con honor. Relájate, acepta que yo te supero en este renglón. La rueda de la fortuna me favorece. Tampoco es que te van a perder el respeto. En el juego de las letras, sigo siendo el rey.

Sólo te digo que saboreo el triunfo en mi boca. Santas palabras, señor. ¿Recuerdas aquel cuento? El rey está desnudo. . Deja el sabotaje y saca tu sable para subordinarnos al duelo final. Intenta desviar mis saetas verbales dirigidas hacia ti. La saga de mis triunfos va a perdurar. Sal de mi senda. La salida queda justo allá. No te dé pena salir corriendo. Siento que pierdas así, pero nuestra sesión de palabras ha sido sinceramente fuerte. Sesenta veces jugamos y setenta veces te voy a superar. Así somos los superhéroes. Nos separa una distancia sideral. Sonríe en silencio. Ssssh.

—Escucha: mejor te pones el termómetro que tienes fiebre de cuarenta grados. Tantos tontos han creído poder vencerme en el juego de las letras que me da tristeza ajena. Tres tristes tigres tragando sus tres tristes trozos de trigo en un tris. Tras atragantarse, tratan de pronunciar el trabalenguas y se trancan tristemente los tres. Tigres de papel con rayas pintadas. Tal cual. Trato de decirte, sin traiciones, que yo mismo soy el tsunami que arrasa a tus soldaditos de plomo. Te traduzco travieso: toma tu tropa de palabras y huye. Tamaña travesía tal vez se te puede excusar. Telefonéame luego e infórmame tu decisión o envíame un telegrama de apenas tres tristes palabras que diga: “tiro la toalla”. Terminado.

Uno sólo es el único ganador uniformado.

—¿Ves lo que te digo? Vacúnate versus el vértigo de la victoria, vigilando los volcanes.

—Palabras que me divierten: Xilófono, yaguré, zipizape. Sobretodo cuando les pones apellidos. ¿Xilófono Martínez? ¡Presente! ¿Yaguré López? ¡Aquí mismo! ¿Zipizape Pérez? ¡Está en el baño!

—¿Sabes qué? Nos saltamos la “Ch”. Siempre nos olvidamos de esta letra chueca.

—¿Chueca? Sin la “che” no habría chocolate.

Chamo, ni churros azucarados.

Chinos mastican chupetas de chicharrón y chorizo, tomando chicha y bailando cha-cha-chá como chivos chamuscados por el calor tropical, mientras chocan en amena charla.

Y que no se preocupe nadie, porque éste es un juego pacífico que dispara palabras y no balas de cañón. Palabras que construyen mundos posibles donde podemos jugar a que la guerra ya no existe ni siquiera en los diccionarios.

Buscas en la letra “G”, octava letra del abecedario español y sexta de sus consonantes y descubres, felizmente, que la palabra guerra se extinguió. Sí, créeme que es verdad: la palabra uerra se borró; sí que sí: la palabra erra desapareció, transformándose en ierra (ya va, espérense un poco, denle alguito más de tiempo), en Tierra.

Tierra: nuestro redondo y gordo planeta en forma de pelota donde nos sentimos tan a gusto jugando béisbol, fútbol, leyendo y disparándonos, sí, pero puras palabras.

—Te toca a ti, ¿qué te parece por la “P”?

Pues te acribillo de paz, ¿me oíste, pescado?

—¿Y por la “zeta”?

—Te digo “zuzón”, a ti que no te gusta la hierba, última palabra en la cola del diccionario.

(JUEGO TERMINADO EN EL QUE SE UTILIZARON DIEZ MIL LETRAS Y DOS MIL CIENTO CINCUENTA Y NUEVE PALABRAS: ¿QUIERES CONTARLAS?)